sábado, 2 de junio de 2012

El Diario del Sr. Darcy- Amanda Grange Abril (2)


Martes 15 de Abril


Elizabeth me ha embrujado. Estoy en mucho más peligro aquí de lo que estuve en Hertfordshire. Ahí, tenía a su familia frente a mi constantemente, recordándome lo imposible que era la una unión entre nosotros dos. Aquí, solo la tengo a ella. Su vivacidad, su alegría, su buen humor, todos me tientan a abandonar mi autocontrol y declarármele; pero no debo hacerlo. No solo estoy yo, también tengo que considerar a mi hermana.
El exponer a Georgiana a la vulgaridad de Mrs Bennet sería un acto de crueldad, y ninguna devoción fraternal lo puede permitir. Y presentarle a Georgiana, como hermana, a Mary, Kitty y Lydia Bennet sería repulsivo. Dejarla ser influenciada por ellas, forzarla a estar en su compañía – pues no podria ser de otra forma si hiciera a Elizabeth mi esposa – sería imperdonable. Peor aún, puede verse forzada a escuchar de George Wickham, quien es un favorito de las hermanas menores. No. No puedo hacerlo. No lo haré.
Debo de tener cuidado, entonces, de no dejar salir una palabra en compañía de Elizabeth. No debo dejarle saber cómo me siento. Lo sospecha parcialmente, estoy seguro. En realidad, con su naturaleza vivaz, la ha estado animando, y no hay duda de que está esperando a que hable. Si se casara conmigo sería sacada de su esfera social y elevada a la mía.  Se uniría en matrimonio con un hombre de carácter e inteligencia superior, y sería la señora de Pemberley. Un hombre de mi estampa y reputación, riqueza y posición tentaría a cualquier mujer. Pero no deber ser nunca.



Jueves 17 de Abril


No sé que me ha pasado. Debería de estar evitando a Eizabeth, pero todos los días cuando Coronel Fitzwilliam va a la casa parroquial, voy con él. No puedo negarme el placer de verla. Su rostro no es hermoso pero me acecha constantemente.
He tenido la suficiente voluntad para no decir nada, por miedo a decir demasiado, pero mi silencio ha empezado a ser notado.
“¿Por qué estas tan callado cuando vamos a la casa del párroco?” preguntó Coronel Fitzwilliam mientras regresábamos a casa hoy. “No es tu forma de ser, Darcy”
“No tengo nada que decir.”
“¡Vamos! Te he visto hablar con obispos y aradores. Siempre puedes pensar en algo que decirles a ellos, no importa cuánto digas que se te dificulta el conversar con extraños. Y aun así, cuando vas a esa casa, no abres la boca. Es muy  poco educado de tu parte. Lo mínimo que podrías hacer es preguntar por las gallinas de Mrs Collins, y preguntarle a Mr Collins sobre el desarrollo de sus sermones, y si no puedes pensar en nada que decirles a las damas, siempre puedes acudir al tema del clima.”
“Me esforzaré en hacerlo mejor la próxima vez.”
Pero mientras decía esto, me di cuenta de que no debía ir a la casa del párroco otra vez. Si hablo con Elizabeth, no hay garantía de adonde pueda llegar. Me mira expectante algunas veces, y estoy seguro de que espera que me le declare.
¿Sería un matrimonio entre nosotros en verdad imposible? Me pregunto a mí mismo, pero incluso cuando lo hago, una imagen de su familia se me presenta, y sé que lo sería. Así que estoy decidido a permanecer en silencio, pues si me someto a un momento de debilidad, lo lamentaré por el resto de mi vida.



Sábado 19 de Abril


He permanecido fiel a mi resolución de no visitar la casa parroquial, pero mis buenas intenciones se han visto frustradas por mi tendencia de caminar en el parque, y ya van tres veces ahora que me he encontrado con Elizabeth. La primera vez fue una coincidencia; la segunda y tercera, pareciera que me adentraba en sus rumbos lo quisiera o no. De no hacer nada más que quitarme el sombrero y preguntar por su salud en la primera ocasión, he llegado a decir más, y esta mañana traicione mi resolución en un grado alarmante.
“¿Está disfrutando de su estancia en Hunsford, espero?” Le pregunté al encontrarla.
Era una pregunta inocente.
“Si, lo estoy, gracias.”
“¿Encuentra a Mr y Mrs Collins en buena salud?”
“Si.”
“¿Y felices, espero?”
“Creo que si.”
“Rosings es una hermosa casa.”
“Lo es, aunque me es difícil encontrar mi destino. Me he perdido en una o dos ocasiones. Cuando trataba de llegar la biblioteca, llegué al salón en su lugar.”
“No es de esperarse que pueda orientarse fácilmente la primera vez. La próxima vez que visite Kent tendrá una mejor oportunidad de conocer Rosings mejor.”
Parecía sorprendida por esto, y me reprendí para mis adentros. Me habían traicionado mis sentimientos, quienes en esa incauta frase habían sugerido la idea de que la próxima vez que ella visitara Kent, se alojaría en Rosings, y ¿Cómo podría hacer eso a menos que fuera mi esposa? Pero, en verdad, se vuelve más difícil el ser prudente. Debo irme en seguida, y alejarme del peligro. Pero si lo hago, provocará habladurías, así que debo soportarlo un poco más. El Coronel Fitzwilliam y yo nos iremos pronto, y entonces estaré a salvo.



Martes 22 de Abril.

Estoy en un suplicio. Después de todas las promesas que me hice a mí mismo. Después de todas mis resoluciones, esto - ¡esto! – es el resultado.
No puedo creer todo lo que pasó en las últimas horas. Si solo pudiera  descartarlas como resultado de una fiebre o alucinación, pero no hay duda de que pasaron. He ofrecido mi mano a Elizabeth Bennet.
No debí de haber ido a verla. No tenía necesidad de hacerlo porque no nos había acompañado a tomar el té. Ella tenía una jaqueca. ¿Cuál dama no sufre de una jaqueca?
Al principio tomé mi te con mi tía, mis primos y Mr y Mrs Collins, pero todo el tiempo mis pensamientos eran de Elizabeth. ¿Estaba sufriendo? ¿Estaba en verdad enferma? ¿Podía hacer algo para ayudarla?     
Al final no me pude contener más. Mientras los otros hablaban de  la parroquia, comenté que necesitaba algo de aire fresco y exprese mis intenciones de tomar un paseo. Apenas y se si planeaba visitar la casa parroquial o no cuando salí de Rosings. Mi corazón me dirigía allí, pero mi razón me presionaba a regresar, y mientras tanto mis pies me llevaron hasta que estaba enfrente de la puerta.
Preguntando si Miss Bennet estaba en casa, fui llevado al salón, en donde ella volteó sorprendida al verme entrar. Estaba yo también sorprendido.
Empecé  sensatamente. Pregunte por su salud, y me respondió que no estaba tan mal. Me senté. Me levanté. Caminé alrededor del salón. Al final no pude contenerme más.
“He luchado en vano.” Las palabras habían salido antes de que pudiera detenerlas.“Ya no puedo más”  Seguí.“Soy incapaz de contener mis sentimientos. Permítame que le diga cuanto la admiro y la amo apasionadamente.”
Listo. Ya lo sabía. El secreto que había cargado por tanto tiempo había encontrado su voz, y buscado su camino hacia la luz del día. 
Ella me miró fijamente, se ruborizó, y permaneció en silencio. ¿Cómo no podría estarlo?  No había nada que ella pudiera decir. Solo tenía que escuchar mi declaración y luego aceptarme. Sabiendo que había caído bajo su hechizo, sabía perfectamente que la puerta de Pemberley estaría abierta para ella, y el mundo de sociedad seria suyo.
“No deseo parecer ignorante de clase baja o de sus conexiones, de la inferioridad y falta de valor,” dije, creyendo escasamente que había dejado que mi amor por ella hubiera superado tales sentimientos tan naturales, pero sobrellevados por emociones que eran imposibles de controlar. “Habiendo pasado varias semanas en Hertfordshire, seria deshonesto el pretender que no sería una degradación el unirme con tal familia, y solo la fuerza de mi pasión me ha permitido el dejar esos sentimientos a un lado.”
Mientras hablado, una imagen de los Bennet se presento frente a mis ojos, y me di cuenta de que no estaba hablado tanto a Elizabeth, sino a mí mismo, pensando en voz alta todos los pensamientos que me habían envuelto por las últimas semanas y meses.
“Su madre, con su vulgaridad y lengua desenfrenada; su padre con su deliberada privación de enderezar los excesos salvajes de sus hermanas menores. ¡Unirse a tales muchachas!” dije, mientras recordaba el canto de Mary Bennet en la asamblea. “La mejor de ellas, una aburrida, esforzada niña con ningún gusto o sentido, y la peor de ellas tonta, malcriada y egoísta, quien no encuentra nada mejor que hacer con su tiempo que correr tras los oficiales,”  continúe, mientras recordaba a Lidya y a Kitty en el baile de Netherfield. “Un tío es un abogado y el otro viviendo en Cheapside,” proseguí, mis sentimientos saliendo en un torrente. “He sentido la imposibilidad de tal unión todas estas semanas. Mi razón me rebela contra ella, no, mi propia naturaleza me niega a hacerlo. Sé que me estoy rebajando al hacer tal proposición. Estoy hiriendo yanto a mi familia como mi orgullo familiar. El tener tales sentimientos por alguien que esta tan por debajo de mí es una debilidad que detesto, y aun así no puedo conquistar mis sentimientos. Me dirigí a Londres y me sumergí en negocios y en placeres, pero ninguno de ellos removían el recuerdo de usted de mi mente.” dije, volteando para verla y dejando que mis ojos se templaran en su rostro. “Mi cariño ha sobrevivido todos mis argumentos racionales, ha sobrevivido una larga separación, que, en vez de curarlo, solo lo ha hecho más fuerte, y ha resistido mi determinación de arrancarlo de raíz. No importa cuáles sean mis sentimientos más sensatos, no puede ser negado. Es tan fuerte que estoy preparado a pasar por alto las faltas de su familia, lo bajo de sus conexiones y el dolor que se debo infligir en mis amigos y familia, al pedirle que se case conmigo. Solo espero que mi lucha sea ahora recompensada.” dije. “Rescáteme de mi dolor. De mis ansiedades. Dígame, Elizabeth, que será usted mi esposa.”
Mi discurso había sido apasionado. Había hecho lo que nunca había hecho por otro ser humano; había mostrado mi alma. Le había mostrado todos mis miedos y ansiedades, mis debates y luchas, y ahora esperaba por su respuesta. No podía tardar en llegar. Ella había estado esperando por mi declaración; aguardando; estaba seguro de ello. No podía ser ignorante de mi atracción, y cualquier mujer estaría exaltada de haber ganado la mano de Ftzwilliam Darcy. Solo faltaba que ella dijera la palabra que nos uniría, y todo estaría hecho.
Y aun así, para mi asombro, la sonrisa que había esperado ver en su rostro no apareció.  Ella no dijo: “Me ha honrado inmensamente, Mr Darcy. Estoy halagado, no complacida por su declaración, y  estoy agradecida por su condescendencia. La situación de mis parientes, sus tonterías y vicios, no pueden ser motivo de regocijo, y estoy consciente del honor que me ha hecho al pasar por alto sus deficiencias al pedirme el ser su esposa. Es por lo tanto que con un humilde sentido de obligación que acepto su mano.”
No dijo siquiera un simple “Si”.
En su lugar, el color se elevo a sus mejillas, y en con la voz más indignada posible dijo: “Es estos casos creo que se acostumbra expresar cierto agradecimiento por los sentimientos manifestados, aunque no puedan ser igualmente correspondidos. Es natural que se sienta esta obligación, y si yo sintiese gratitud, le daría las gracias. Pero no puedo; nunca he ambicionado su consideración, y usted me la ha otorgado en contra de su voluntad. Lamento haber hecho daño a alguien, pero ha sido inconscientemente, y espero que ese daño dure poco tiempo. Los mismos sentimientos que, usted me dice, le impidieron darme a conocer sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin dificultad ese sufrimiento. ”
Le mire con asombro. ¡Me había rechazado! Nunca había imaginado que lo hiciera. Ni una vez en todas esas noches cuando me había mantenido despierto, diciéndome lo imposible que tal unión seria había imaginado este resultado.
¿Este iba a ser el final de todas mis preocupaciones? ¿Ser rechazado? ¡Y de esta manera! ¡Yo! ¡Un Darcy! Ser tratado como su fuera un caza-recompensas o un pretendiente indeseable. Mi asombro dio paso rápidamente a resentimiento. Tan resentido me sentía que no abriría mis labios hasta que creyera controladas mis emociones.
“¿Y esta es toda la respuesta que voy a tener el honor de esperar?” dije por fin. “Quizá debería preguntar por qué se me rechaza con tan escasa cortesía. Pero no tiene la menor importancia.”
“También podría yo preguntar” replico Elizabeth apasionadamente, “por qué con tan evidente propósito de ofenderme y de insultarme me dice que le gusto en contra de su voluntad, contra su buen juicio y hasta contra su naturaleza. ¿No es esta un excusa para mi falta de cortesía, si es que en realidad la he cometido? Pero, además, he recibido otras provocaciones, lo sabe usted muy bien. Aunque mis sentimientos hubieran sido contrarios a los suyos, aunque hubiesen sido diferentes o incluso favorables. ¿Cree usted que habría lago que pudiese tentarme a aceptar al hombre que ha sido el culpable de arruinar, tal vez para siempre, la felicidad de una hermana muy querida?”
Sentí que mi color cambiaba. Entonces había escuchado sobre eso. Hubiera deseado que no fuera así. No podía esperar hacerla pensar bien de mí. Pero no tenía nada de que estar avergonzado. Había actuado con las mejores intenciones para mi amigo.
“Tengo todas las razones del mundo para pensar mal de usted. No hay nada que pueda excusar su injusto y ruin proceder.” Siguió.
Sentí mi expresión endurecerse.  ¿Injusto? ¿Ruin? No, por supuesto que no.
“No se atreverá usted a negar que fuera el principal si no el único culpable de la separación del señor Bingley y mi hermana, exponiendo al uno a las censuras de la gente por caprichoso y voluble, y al otro a la burla por sus fallidas esperanzas, sumiéndolos a los dos en la mayor miseria.”
No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Caprichoso y voluble? ¿Quién juzgaría a Bingley de caprichoso por irse a Londres cuando tenía asuntos que atender?
¿Burlas por fallidas esperanzas? Miss Bennet no había tenido ninguna esperanza, a menos que hayan sido plantadas en su mente por su madre, quien no podía ver mas allá de las cinco mil libras por año de Bingley.
¿La mayor de las miserias? Sí, eso sería lo que Bingley hubiera sufrido si hubiera expresado sus sentimientos. El se hubiera unido a una mujer por debajo de su estatus.
“No tengo ningún deseo de negar que hice todo lo que estuvo en mi poder para separar a mi amigo de su hermana, ni que me alegro del resultado. He sido más amable con el que conmigo mismo.”
Elizabeth ignoró mi comentario y dijo, “Pero no solo en esto se funda mi antipatía. Mi opinión de usted se formo mucho antes de que este asunto tuviese lugar. Su momo de ser quedo revelado por una historia que me contó Mr  Wichman hace algunos meses. ¿Qué puede decir de esto? ¿Con que acto ficticio de amistad puede defenderse ahora? ¿Con que falsedad puede justificar en este caso su dominio sobre los demás. ?”
¡Wickham! No pudo haber encontrado un nombre mejor calculado para herirme, y al mismo tiempo, disgustarme.
“Se interesa usted muy vivamente por lo que afecta a ese caballero” comenté agitado.
Me lamente por mis palabras tan pronto las dije. ¿Qué me importaba si mostraba algún interés por George Wickham? Después de su rechazo, nada sobre Elizabeth tenia ningún derecho de ser de mi interés otra vez. 
Y aun así sentí intensificarse mi mortificación, y descubrí una nueva emoción en mi pecho, una muy indeseable. Celos. ¡Era intolerable que ella prefiriera a George Wickham que a mí! Que fuera incapaz de ver a través de su sonriente exterior hacia el negro corazón debajo.
“¿Quién, que conozca las penas por la que ha pasado, puede evitar sentir interés por el?”
“¡Las penas que ha pasado!” repetí. ¿Qué historia le había estado contando a ella? Wickham quien tenía todo. Quien había sido mimado y consentido en su infancia y, a pesar de eso, se había convertido en uno de los más viciosos, libertinos jóvenes que había conocido.
Mientras pensaba en el dinero que mi padre había gastado en él, las oportunidades que había tenido, y la ayuda que yo mismo le había procurado, no pude evitar que mis labios se  ondularan. “Si, en verdad sus penas han sido inmensas”
“Y por su culpa”  dijo enojada. “Usted lo redujo a su actual relativa pobreza. Usted le negó el porvenir que, como bien debe saber, estaba destinado a él. En los mejores años de su vida le privo de una independencia a la que no solo tenía derecho sino que merecía. ¡Hizo todo esto! Y aun es capaz de ridiculizar y burlarse de sus penas.”
“¡Y esa es,”  exclamé, alterado por encima de mi resistencia, comencé a dar zancadas por el salón, “la opinión que tiene de mi! ¡Esta es la estimación en la que me tiene! Le doy las gracias por habérmelo explicado abiertamente. Mis faltas, según calculo, son verdaderamente enormes. Pero puede que estas ofensas hubiesen sido pasadas por alto si no hubiese herido su orgullo con mi honesta confesión de los reparos que durante largo tiempo me impidieron tomar una resolución. Pero aborrezco todo tipo de engaño y no me avergüenzo de los sentimientos que he manifestado, eran naturales y justos. ¿Cómo podía suponer usted que me agradase la inferioridad de su familia y que me congratulase por la perspectiva de tener uno parientes cuya condición están tan por debajo de la mía?”
La irritación de Elizabeth crecía a cada instante, pero logro controlar su temperamento para responder.  
“Se equivoca usted, Mr Darcy, si supone que lo que me ha afectado es su forma de declararse; si se figura que me habría evitado el mal rato de rechazarle si se hubiera comportado de modo más caballeroso.”
Sentí un intenso sobresalto. ¿Si me hubiera comportado de modo más caballeroso? ¿Cuándo había sido otra cosa más que un caballero?
“Usted no habría podido ofrecerme su mano de ningún modo que me hubiese tentado a aceptarla.” dijo.
No podía creerlo. ¿Ella nunca hubiera podido aceptar mi mano? ¿Nunca hubiera aceptado una conexión con la familia Darcy? ¿Nunca aceptaría todos los beneficios que se le presentarían como mi esposa? Era una locura. ¡Y el culparlo, no por mis manera, sino por mi persona! La mire con obvia incredulidad. ¡Yo, quien había sido cortejado en salones alrededor de todo la tierra!
Pero ella aun no había terminado.
“Desde el principio, casi desde el primer instante en que le conocí, sus modales me convencieron de su arrogancia, de su vanidad y de su egoísta desdén hacia los sentimientos ajenos; me disgustaron de mal modo que hicieron nacer en mi la desaprobación que los sucesos posteriores convirtieron en firme desagrado; y no hacia un mes aun que le conocía cuando supe que usted sería el último hombre en la tierra con el que podría casarme.”
Sentí como la incredulidad daba paso al enojo, y el enojo a la humillación. Mi penitencia estaba ahora completa.
“Ha dicho usted bastante, madam.” Le dije cortezmente.“Comprendo perfectamente sus sentimientos y solo me resta avergonzarme de los míos. Perdone por haberle hecho perder tanto tiempo” – y para probar que era, incluso ahora después de tales insultos, un caballero, agregué- “ y acepte mis buenos deseos de salud y felicidad.”
Entonces, habiéndome entregado a mi final orgullosa declaración, deje el salón.
Regresé a Rosings, caminando ciegamente, sin ver nada a mí alrededor, solo viendo a Elizabeth. Elizabeth diciéndome que había arruinado la felicidad de su hermana. Elizabeth diciéndome que había arruinado las esperanzas de George Wickham. Elizabeth diciéndome que no me había comportado como un caballero. Elizabeth, Elizabeth, Elizabeth.
No dije ni una palabra en la cena. No veía nada, no escuchaba nada, no saboreaba nada. Pensaba solo en ella.
A pesar de mis esfuerzos, no podía sacar sus acusaciones fuera de mi cabeza. El cargo de que había arruinado la felicidad de su hermana podría tener algún merito, pero había actuado para el beneficio de todos. La acusación de que había arruinado las esperanzas de Wickham era de otro tipo. Negaba mi honor, y no podía dejarlo asi.
“¿Un juego de billar, Darcy?” pregunté el Coronel Fitzwilliam, cuando Lady Catherine y Anne se retiraron por la noche.
“No. Gracias. Tengo que escribir una carta.”
Me miró con curiosidad pero no dijo nada. Me retiré a mi cuarto y tomé mi pluma. Tenía que exonerarme. Tenía que responder su acusación. Tenía que mostrarle que estaba equivocada. ¿Pero cómo?



Mi querida Miss Bennet




Mire las líneas tan pronto las había escrito. Ella no era mi querida Miss Bennet. No tenia ningún derecho de llamarla querida.
Arrugué  la hoja de papel y la tiré.

Miss Bennet

El nombre me traía a la mente una imagen de su hermana. No funcionaba. Tiré una segunda hoja de papel.

Miss Elizabeth Bennet.

No.
Traté de nuevo.



Madam, me ha recriminado con



No lo leerá.



No se alarme, madam, al recibir esta carta, ni crea que voy a repetir en ella mis sentimientos o a renovar las proposiciones que le molestaron anoche.



Mejor.



Escribo sin ninguna intención de afligirla ni de humillarme yo insistiendo en unos deseos que, para la felicidad de ambos, no pueden olvidarse pronto.



Si. Las maneras eran formales pero, me enorgulleció, no rígida. La aliviare de sus preocupaciones inmediatas y la persuadiré de seguir leyendo. ¿Pero qué escribir ahora? ¿Cómo expresar en palabras lo que tengo que decir?
Solté mi pluma y camine hacia la ventana. Miré el paisaje mientras organizaba mis ideas. La noche estaba inmóvil. No había nubes, y la luna podía verse brillando en el cielo. Debajo de esa misma luna, dentro de la casa parroquial, estaba Elizabeth. ¿Qué estaba pensando? ¿Estaba pensando en mí? ¿En mi proposición? ¿En mis pecados?
¡Mis pecados! No tenía ningún pecado. Regresé a mi escritorio y releí lo que había escrito. Tome mi pluma y continué. Mis palabras fluyeron fácilmente. 



Ayer me acusó de dos ofensas de naturaleza muy diversa y de muy distinta magnitud. La primera fue el haber separado a Mr Bingley de su hermana, sin consideración a los sentimientos de ambos; y el otro que, a pesar de determinados derechos y haciendo caso omiso del honor y de la humanidad, arruiné la prosperidad inmediata y destruí el futuro de Mr Wickham. 



¡Destruir el futuro de ese sabandija! Le había dado todo beneficio, y me había pagado buscando la ruina de mi hermana. Pero el primer cargo debía ser tratado primero.
Recordé el otoño, cuando había llegado por primera vez en Hertfordshire. Fue hace apenas algunos meses, y aun así pareciera todo una vida de distancia.



No hacía mucho que estaba en Hertfordshire cuando observé, como todo el mundo, que Mr Bingley distinguía a su hermana mayor mucho más que a ninguna de las demás jóvenes de la localidad. Observé cuidadosamente la conducta de mi amigo y pude notar que su inclinación hacia Miss Bennet era mayor que todas las que había presenciado antes.



Que no haya ningún engaño. Ya me había cansado de falsedades. Había visto una parcialidad en Bingley, y no lo oculté.



También estudie a su hermana. Su aspecto y sus maneras eran francas, alegres y atractivas como siempre, pero no revelaban ninguna estimación particular. Mis observaciones durante aquella velada me dejaron convencido de que, a pesar del placer con que recibía las atenciones de mi amigo, no le correspondía con los mismos sentimientos. Si usted no se ha equivocado respecto a esto, será que yo estaba en un error. Como usted conoce mejor a su hermana, debe ser más probable lo ultimo; y si es así, si movido por aquel error la he hecho sufrir, su resentimientos no es infundado.




Era caritativo, permitiéndole a Elizabeth expresar sus sentimientos, su natural defensiva en torno a su hermana, pero debo ser caritativo conmigo mismo.



…la desproporción de categoría no sería tan grave en lo que atañe a mi amigo como en lo que a mí se refiere; pero había otros obstáculos.



Dudé. Había expresado estos sentimientos antes, en persona. Las palabras de Elizabeth se presentaron nuevamente. ‘Si se hubiera comportado de modo más caballeroso’ ¿Era poco caballeroso enlistar los defectos de su familia? Mi furia se agitaba. No, no era nada más que la verdad. Y diría la verdad. Ya le había dado razones para aborrecerme. No tenía nada que temer. 



Debo decir cuáles eran, aunque lo haré brevemente. La posición de la familia de su madre, aunque cuestionable, no era nada comparado con la absoluta inconveniencia mostrada tan a menudo, casi constantemente, por dicha señora, por sus tres hermanas menores y, en ocasiones, incluso por su padre.
Perdóneme, me duele ofenderla.



¿Poco caballeroso? Pensé mientras escribía estas líneas, le había rogado su perdón. ¿Qué podía ser más caballeroso que eso?
… consuélese pensando que el hecho de que tanto usted como su hermana se comporten de tal manera que no se les pueda hacer de ningún modo los mismos reproches, las eleva aún más en la estimación que merecen.



No solo caballeroso, magnánimo, pensé, satisfecho.



Bingley se marchó a Londres al día siguiente, como usted recordará, con el propósito de regresar muy pronto.



Me detuve un momento. Aquí mi consciencia no estaba tranquila. Me había comportado de una manera encubierta. Me había preocupado en ese momento, pues el engaño es repugnante para mí, y aun así lo había hecho.



Falta ahora explicar mi intervención en el asunto



Me detuve otra vez. Pero la carta tenía que ser terminada.



El disgusto de sus hermanas se había exasperado igualmente que el mío, y pronto descubrimos que coincidíamos en nuestras apreciaciones. Vimos que no había tiempo que perder si queríamos separar a Bingley de su hermana, y decidimos irnos con él a Londres. Nos trasladamos allí y al punto me dediqué a hacerle comprender a mi amigo los peligros de su elección. Se los enumeré y se los describí con empeño. Pero, aunque ello podía haber conseguido que su determinación vacilase o se aplazara, no creo que hubiese impedido al fin y al cabo la boda, a no ser por el convencimiento que logré inculcarle de la indiferencia de su hermana. Hasta entonces Bingley había creído que ella correspondía a su afecto con sincero aunque no igual interés. Pero Bingley posee una gran modestia natural y, además, cree de buena fe que mi sagacidad es mayor que la suya. Con todo, no fue fácil convencerle de que se había engañado. Una vez convencido, el hacerle tomar la decisión de no volver a Hertfordshire fue cuestión de un instante. No veo en todo esto nada vituperable contra mí.



No, en verdad. Le evité un destino, el cual yo mismo no evité, y aun así no estaba tranquilo. Había actuado mal, debía confesarlo. Mi honor me lo demandaba.



Una sola cosa en todo lo que hice me parece reprochable: el haber accedido a tomar las medidas procedentes para que Bingley ignorase la presencia de su hermana en la ciudad. Yo sabía que estaba en Londres y Miss Bingley lo sabía también; pero mi amigo no se ha enterado todavía. Tal vez si se hubiesen encontrado, no habría pasado nada; pero no me parecía que su afecto se hubiese extinguido lo suficiente para que pudiese volver a verla sin ningún peligro. Puede que esta ocultación sea indigna de mí, pero creí mi deber hacerlo.
Sobre este asunto no tengo más que decir ni más disculpa que ofrecer. Si he herido los sentimientos de su hermana, ha sido involuntariamente, y aunque mis móviles puedan parecerle insuficientes, yo no los encuentro tan condenables.



Había escrito la parte fácil de la carta. Lo difícil estaba aun por venir. ¿Tenía el derecho de seguir? Los incidentes que habían ocurrido no solo me involucraban a mí, sino a mi hermana, a mi querida Georgiana. Si llegaran alguna vez a hacerse públicos… pero no tenía ninguna preocupación de ello. Elizabeth no le hablaría de ellos a nadie, definitivamente no si le pedía discreción, y lo tenía que saberlo.
¿Pero tenía que saberlo todo? ¿Tenía que conocer la debilidad de mi hermana? Tuve una lucha interna. Regresé nuevamente a la ventana. Vi la luna moverse sobre el cielo sin nubes. Si no le informaba de la debilidad de mi hermana, entonces no podría entender la perversidad de Wickham, reflexioné, y era para decirle esto por lo que había empezado a escribir la carta.
Podía pretender que había sido para defenderme de la acusación de ser la causa de la infelicidad de su hermana, pero sabia en mi corazón que era porque quería exonerarme de todo la culpa que existía en relación con mi conducta hacia George Wickham.
No podía soportar la idea de que él fuera su favorito, o la idea de no valer nada a su lado. Seguí con mi carta.



Con respecto a la otra acusación más importante de haber perjudicado al señor Wickham, sólo la puedo combatir explicándole detalladamente la relación de ese señor con mi familia. Ignoro de qué me habrá acusado en concreto, pero hay más de un testigo fidedigno que pueda corroborarle a usted la veracidad de cuanto voy a contarle.



“Coronel Fitzwilliam me avalará” dije en voz baja.
¿Pero como iniciar la historia? ¿Cómo organizar los incidentes de la vida de Wickham en algo coherente? ¿Y cómo escribirlo para evitar que mi enemistad no mercara cada palabra? Pues deseaba ser justo, incluso con él. Pensé un momento. Por fin seguí escribiendo.



Mr Wickham es hijo de un hombre respetabilísimo que tuvo a su cargo durante muchos años la administración de todos los dominios de Pemberley, y cuya excelente conducta inclinó a mi padre a favorecerle, como era natural; el cariño de mi progenitor se manifestó, por lo tanto, generosamente en George Wickham, que era su ahijado. Costeó su educación en un colegio y luego en Cambridge. Esperando que la Iglesia pudiera ser su profesión, procuró proporcionarle los medios para ello. Yo, en cambio, hace muchos años que empecé a tener de Wickham una idea muy diferente. La propensión a vicios y la falta de principios que cuidaba de ocultar a su mejor amigo, no pudieron escapar a la observación de un muchacho casi de su misma. Ahora tendré que apenarla de nuevo…



¿Qué tan profundos eran sus sentimientos? Me pregunté. Apuñalé el papel con mi pluma y manché la página. Estaba lleno de tachones y adiciones, que sabía que tendría que rescribirla antes de presentársela a Elizabeth, y no le di importancia a la mancha.




… hasta un grado que sólo usted puede calcular, pero cualesquiera que sean los sentimientos que Mr Wickham haya despertado en usted, esta sospecha no me impedirá desenmascararle, sino, al contrario, será para mí un aliciente más.



Un aliciente para mantenerte a salvo, querida Elizabeth.
Me entretuve pensando en lo que pudo haber sido. Si me hubiera aceptado, podría estar durmiendo profundamente, con la expectativa de levantarme a una feliz mañana en su compañía. Pero en realidad, era incapaz de dormir, escribiendo bajo la luz de una vela y el brillo de la luna que entraba por la ventana.
Tomé mi pluma, diciéndole como mi padre, en su testamento, había deseado darle a Wickham un valorable sustento, que Wickham había decidido que no quería entrar a la iglesia y que me había pedido dinero a cambio.



Pensaba seguir la carrera de Derecho, añadió, y que debía hacerme cargo de que los intereses de mil libras no podían bastarle para ello. Más que creerle sincero, yo deseaba que lo fuese; pero de todos modos accedí a su proposición. Sabía que Mr Wickham no estaba capacitado para ser clérigo; así que arreglé el asunto. Él renunció a toda pretensión de ayuda en lo referente a la profesión sacerdotal, aunque pudiese verse en el caso de tener que adoptarla, y aceptó tres mil libras. Todo parecía zanjado entre nosotros. Yo tenía muy mal concepto de él para invitarle a Pemberley o admitir su compañía en la capital.



Razonablemente expresado. No podía ponerle obstáculos esta moderación, aunque tuve que escribirlo cinco veces para lograr este resultado.



Estuve tres años sin saber casi nada de él, pero a la muerte del poseedor de la rectoría que se le había destinado, me mandó una carta pidiéndome que se la otorgara. Me decía, y no me era difícil creerlo, que se hallaba en muy mala situación. Creo que no podrá usted censurarme por haberme negado a complacer esta demanda e impedir que se repitiese. El resentimiento de Wickham fue proporcional a lo calamitoso de sus circunstancias, y sin duda habló de mí ante la gente con la misma violencia con que me injurió directamente. Después de esto, se rompió todo tipo de relación entre él y yo. Ignoro cómo vivió. Pero el verano pasado tuve de él noticias muy desagradables.



Si, el verano pasado. Fui a un lado de la habitación. Había traído una licorera y un vaso conmigo. Serví un poco de whisky y lo tomé. El fuego había sido encendido contra el frio de las pascuas, pero hacia mucho que se había apagado y necesitaba whisky para calentarme.
No quería escribir la siguiente parte de la carta pero tenía que hacerse.  Traté de dejarlo para después, pero el reloj estaba avanzando y sabía que tenía que terminar lo que había empezado. Debo, aun así, pedir por su reserva. No tenia duda de que la concedería. Tenía una hermana a quien amaba. Entendería el amor y el cariño que tenia por la mía.   
Le conté  el encuentro de Georgiana con Wickham en Ramsgate, y la forma en que él había jugado con sus sentimientos, persuadiéndola de fugarse con él.



El principal objetivo de Mr Wickham era, indudablemente, la fortuna de mi hermana, que asciende a treinta mil libras, pero no puedo dejar de sospechar que su deseo de vengarse de mí entraba también en su propósito. Realmente habría sido una venganza completa



Me senté. Había terminado. Ahora todo lo que quedaba por hacer era desearle felicidad.




Ésta es, señorita, la fiel narración de lo ocurrido entre él y yo; y si no la rechaza usted como absolutamente falsa, espero que en adelante me retire la acusación de haberme portado cruelmente con MrWickham. No sé de qué modo ni con qué falsedad la habrá embaucado; pero no hay que extrañarse de que lo haya conseguido, pues ignoraba usted todas estas cuestiones. Le era imposible averiguarlas y no se sentía inclinada a sospecharlas.
Puede que se pregunte por qué no se lo conté todo anoche, pero entonces no era dueño de mí mismo y no sabía qué podía o debía revelarle. Sobre la verdad de todo lo que le he narrado, puedo apelar al testimonio del Coronel Fitzwilliam, intentaré encontrar la oportunidad de hacer llegar a sus manos esta carta, en la misma mañana de hoy. Sólo me queda añadir: Que Dios la bendiga.
Fitzwilliam Darcy



Estaba hecho.
Miré el reloj. Eran las dos y media. Tenía que copiar la carta en una letra legible, una que pudiera leer, pero estaba cansado. Decidí descansar.
Me desvestí lentamente y me fui a la cama.

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